Memòria d'illa


Gómezdelacuesta

-Comisario de la exposición-

Soy isleño, pero no de nacimiento, cosas de madres que quieren estar con su madre cuando van a ser madres, por eso me parieron en la península, en un trozo de tierra con istmo que también tiene algo de isla, de isla grande y de mundo aparte, surrealismo ibérico supongo. Mis islas no son ibéricas, son unas cuantas y casi todas mediterráneas. De mi primera isla recuerdo el mar, la playa, Sal Rosa y Salinas, ir a pescar y a nadar. Recuerdo mi escuela, la Graduada, jugar a fútbol y a canicas, recuerdo el bocata de nocilla, perder la mochila del colegio e ir en bicicleta. Recuerdo un árbol, una enorme araucaria, pero también pinos, almendros y olivos, recuerdo ir al campo los fines de semana, recuerdo un SEAT 124 color café con leche y escuchar carrusel deportivo los domingos por la tarde. Recuerdo el flaó, el arroz de matanzas y cenar con mis padres carbonara y pizza en el restaurante del Casino. Me acuerdo de las faldas de cuadros de los colegios de monjas, me acuerdo de algunas de las chicas que las vestían y me acuerdo de todas las niñas a las que se las levantaba. Me acuerdo de mi familia y de mis amigos. Me acuerdo de Ibiza y recuerdo haber sido feliz.

Memoria de isla pero cada uno la suya. Isla es sustantivo, femenino y singular, en eso estamos de acuerdo, pero a partir de aquí la definición se multiplica: tantas acepciones como mares la rodean, tantas como tierras la conforman, tantas como gentes las habitan, tantas definiciones como islas y tantas islas como personas. Los isleños, por lo que se ve, nunca dejamos de serlo, un carácter especial, un factor diferencial, una suerte de vida –y de recuerdo de vida- que surge de nuestra propia cultura, de todas nuestras experiencias, y que nos sirve para saber quiénes somos y de dónde venimos. Estar juntos sin solución de continuidad tiene eso, estar separados del resto del mundo por el mismo mar que nos une, también. Todo lo que aquí tenemos nos hace tomar conciencia, por auténtica inmersión, de lo nuestro, de lo que somos y de lo que nos rodea. La isla, como cualquier isla, sirve de refugio, de escondite, de cárcel, de inspiración, de salvación, de ocio y de descanso, nos hace ser isla y nos hace ser isleños.

En septiembre del año pasado, y también para la galería ABA Art Contemporani del Ibiza Gran Hotel, comenzamos esta reflexión sobre la isla, sobre nuestras islas, sobre Ibiza y Formentera, con una exposición titulada Blanc, un proyecto donde unos artistas plenamente consagrados elaboraban una aproximación plástica a la esencia de las Pitiusas, en principio desde un sencillo acercamiento cromático y, en realidad, con una sutil intención conceptual. Michel Buades, Carles Guasch, Gilbert Herreyns, Cis Lenaerts y Enric Riera, residentes y amantes de este par de islas, desarrollaron para la ocasión una propuesta donde la sal, la cal y sobre todo la luz pitiusa comparecían en sus piezas dando expresión de algunos de nuestros paradigmas insulares más característicos. Unos creadores que manejan a la perfección toda esa cultura plástica, ibicenca y contemporánea, donde la fina abstracción, el gesto sensible, la composición exquisita y la delicada cromática se dan la mano en una afortunada simbiosis que llevamos años frecuentando.

Memòria d’illa es el nombre de este segundo análisis plástico, conceptual, independiente pero conexo, donde los jóvenes artistas seleccionados, ibicencos de nacimiento y tan nómadas como la contemporaneidad exige, nos plantean –a la manera de diario pasado y de memoria presente- su recuerdo de una isla con la que, de una forma u otra, siguen conviviendo. Así, la propuesta de Christian Juan Page, recoge esa tradición plástica tan concreta que antes señalábamos, esa abstracción poética que ha marcado el itinerario creativo de las Pitiusas, mientras le va añadiendo parte de los elementos que la nueva visualidad, las nuevas formas de comunicarnos y las nuevas maneras de hacer arte van incorporando al acervo creativo contemporáneo. Cuestiones eminentemente pictóricas como la línea, la mancha, la composición, la materia, la textura, el gesto o el color, vienen acompañadas de otros elementos heteróclitos que la modernidad habilita para la expresión plástica: lo deliberadamente extra-artístico, lo global, lo instantáneo, el sarcasmo, lo reciclado, la ocurrencia, lo fácil, lo consumible o el paroxismo de la insondable abundancia de imágenes, le sirven para dar expresión de una idea de isla que habla más de separación y autonomía que de unión y dependencia.

Esa misma hiper-abundancia de imágenes, esa saturación retiniana, esa fragilidad del paisaje por culpa de los abusos icónicos y de nuestras propias patologías oculares, son algunos de los detonantes creativos contra los que reacciona Adrián Martínez en su búsqueda de la isla, en su búsqueda del paraíso. Un ibicenco que reside en Tenerife sólo puede amar las islas o, por el contrario, sentirse terriblemente preso. Él parece que las ama. Martínez utiliza un sencillo y efectivo recurso con un doble fin: el recurso es desmaterializar la imagen con sutileza para, desde la incertidumbre, atraer nuestro ojo hacia la contemplación, aunque, en principio, sólo sea por la mera curiosidad de ver aquello que comparece etéreo en una era caracterizada por la alta definición; unas maneras deliberadamente frágiles, indefinidas, que sirven también para alcanzar el segundo de sus objetivos: expresar ese paraíso ideal sin forma definida, un paraíso que quizás existió y que, seguramente, no supimos conservar.

Y es de conservación y de memoria de lo que habla el proyecto de Sara Tur para esta exposición colectiva. Jugando con la polisemia del término souvenir y con la polivalencia plástica y conceptual de las tarjetas postales, Tur nos plantea una evocación desde la ausencia, desde la asepsia del vacío, desde el recuerdo en comparación con el presente, desde la memoria, desde un tránsito que, en su camino, hace que intuyamos ciertos futuros. La artista maneja todos esos conceptos para abrir el debate sobre lo que fue la isla y sobre lo que es, sobre lo que éramos los ibicencos y sobre lo que somos. Su Ibiza muta continuamente y su devenir va intrínsecamente unido –de forma directa e indirecta- a las decisiones personales y colectivas que todos los isleños vamos tomando. Una singular construcción de la memoria de una isla donde, cada uno de nosotros, incorpora su personal e intransferible definición de recuerdo y de vida.